Page 47 - El valle de los Cocuyos
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La noche empezó a caer y Silbo Brumoso llevó al niño y al viejo a su casa, una
morada hecha de árboles que entrecruzaban su ramaje verdiazul formando un
techo de flores azules de pistilos luminosos. La hierba, verde azulada también,
hacía las veces de mullido tapiz. Silbo Brumoso les hizo sentarse alrededor de
una piedra pulida. Sobre ella colocó frutas, además de algunas hojas en forma de
cuenco, llenas de agua de las cascadas de las montañas.
Comieron con avidez, y minutos más tarde Jerónimo y el Pajarero se durmieron
profundamente sobre la suave hierba. Silbo Brumoso partió a hacer la ronda de
sus montañas. Abajo, el valle resplandecía de cocuyos.
Jerónimo soñó que los pájaros rojos que bajaban del sol a la tierra no eran otra
cosa que alcaravanes.
El Pajarero Perdido soñó que Jerónimo soñaba que sus alcaravanes rojos no eran
otra cosa que los hijos del sol.
Al despertarse, ambos supieron que algo los había unido en el sueño, pero no se
dijeron nada. Sintieron que no era el momento.
Oyeron el canto de Silbo Brumoso. Instantes después llegó este con una canasta
llena de panes. Jerónimo se preguntaba dónde los habría conseguido.
—Es la fruta del árbol de una sola hoja —dijo Silbo Brumoso adivinando el
pensamiento de Jerónimo.