Page 77 - Princesa a la deriva
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AL FIN llegó el día esperado. Amanecía. Las carretas, tiradas cada una por
cuatro mulas, aguardaban. Las últimas cajas fueron amarradas con gruesas
reatas.
Rajid, impaciente, caminaba a lo largo de las carretas, revisaba el cielo, luego
volteaba hacia el mar, como si buscara augurios.
El cielo teñido de rosa desvanecía imperceptiblemente la oscuridad.
Cielo y mar estaban calmos. Se tranquilizó; todo indicaba que era un buen
momento para partir.
Don Joaquín salió del hostal acompañado de doña Inés. Micaela los seguía de
cerca. Las dos mujeres subieron a la primera carreta, cubierta por un toldo que
las protegería del sol. Dentro hallaron mantas, frazadas y almohadones para
recostarse.
Don Joaquín le hizo una señal a Rajid y este se acercó.
—Mira, Ramón, súbete a la carreta junto al arriero. Con tu vida me respondes
que llegue sana y salva doña Inés a Puebla.
—Sí, señor; con una cimitarra soy temible. Nadie podría hacerle daño a Mila
Milá.
Don Joaquín observó con firmeza a Rajid.
—Dos cosas, Ramón: en primer lugar, aquí se usa el machete: en la carreta hay
uno para ti; en segundo lugar, a quien tienes que cuidar con tu vida es a doña
Inés, no a la chinita.
—Entendido, señor. El machete ya aprendí a usarlo. No se preocupe, sabré
cumplir sus órdenes, no tendrá queja sobre mi persona.
Don Joaquín se subió a su caballo y dio la orden de partida. Ramón de un salto
tomó su lugar junto al arriero. Volteó a ver a las dos mujeres con una gran
sonrisa. Por última vez les habló en la lengua del Reino del Elefante Blanco.