Page 74 - Princesa a la deriva
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nos llevamos a la chinita a Puebla.


               —¿Y qué ha pensado de Ramón? —dijo tímidamente doña Inés.


               —Se queda conmigo, o, si quiere, también se lo vendemos a su tío para que
               cuide de su persona. Resultó hábil, trabajador, fuerte. Un hombre de su
               confianza, doña Inés, por lo que he visto. Sabrá protegerla de los peligros.


               Doña Inés no cabía de gusto. Le agradeció una y otra vez al mercader que la
               hubiera rescatado en Manila para llevarla con su familia. Por si eso no fuera
               suficiente, ahora estaba dispuesto a ayudarla para que no tuviera que separarse
               de Micaela ni de Ramón.


               A don Joaquín, que era un hombre bueno, le incomodaban tantas muestras de
               agradecimiento; de inmediato cambió el rumbo de la conversación.


               —Hay que preparar todo, porque partimos pasado mañana. El viaje por tierra
               nos llevará algunos días, pero al fin llegaremos a Puebla y podremos disfrutar
               nuevamente de nuestras familias. Le pido que tenga todo listo para nuestra
               inminente partida.


               Desde el momento en que Mila Milá se enteró de que ya no se separaría de doña
               Inés, olvidó su tristeza. Hasta el nombre de Micaela le pareció hermoso; hasta
               dejó de quitarse los zapatos a cada rato con la excusa de que sus pies eran
               demasiado delicados para encerrarlos en una jaula de cuero.
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