Page 70 - Princesa a la deriva
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A PARTIR de ese día, Milá tuvo un compañero de estudios todos los días: Rajid
               el Temible. Ambos tuvieron que acostumbrarse a sus nuevos nombres: Micaela y
               Ramón. En los pocos momentos en que se encontraban a solas, se ponían a

               hablar en su lengua materna. Era una travesura que los divertía mucho. En el
               fondo, para Rajid, Micaela era su alteza Mila Milá, y para ella, tras la figura de
               Ramón estaba el valiente pirata que disfrutaba contando historias de horror.
               Doña Inés les permitía hablar en la lengua del Reino del Elefante Blanco
               siempre que cumplieran con sus lecciones.


               Las semanas pasaron volando en alta mar. Mila Milá y Rajid empezaban a darse
               a entender en la nueva lengua; aprendieron a sentarse en las sillas, a comer con
               tenedor; ya no les molestaba que los llamaran Micaela y Ramón. Doña Inés
               estaba orgullosa de ellos, sobre todo cuando el capitán y don Joaquín la
               felicitaron por los resultados obtenidos.


               Un mediodía, cuando el calor humedecía las ropas y la piel, un vigía, trepado en
               lo alto de un mástil, descubrió aves volando en el horizonte. Gritó a todo pulmón
               que estaban cerca de tierra firme. Rajid corrió en busca de las dos mujeres para
               darles la nueva. Estas se habían recluido en su camarote para protegerse de la
               inclemencia del sol. Tan pronto recibieron la noticia, los tres se apresuraron a
               salir a cubierta.


               Don Joaquín, emocionado, le explicó a doña Inés que pronto verían tierra
               americana. Ahora navegarían rumbo al sur, cerca de la costa, hasta tocar el
               puerto de Acapulco. La fortuna había estado de su lado en toda la travesía, sin
               tener que enfrentar tormentas, vendavales ni barcos pirata. Al pisar tierra firme
               podrían descansar algunos días, mientras descargaban el barco. Después
               retomarían su viaje al altiplano en carretas.


               Durante los días siguientes se respiraba un ambiente de excitación y alegría. La
               tripulación estaba contenta de llegar a casa y permanecer unos meses en tierra
               antes de volver a embarcarse. El mercader, don Joaquín, hacía anotaciones todo
               el día en un gran libro negro. Solo Rajid y Milá se volvieron silenciosos, y
               apenas contestaban un sí o un no, cuando alguien les hablaba. En cambio, doña
               Inés no cabía de la emoción de saber que en breve conocería al hermano de su

               papá y a toda su familia.
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