Page 65 - Princesa a la deriva
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—Si bien eso es cierto en principio, no es verdad. Yo pensaba regresarla con su

               familia.

               —Sí, pero a cambio de oro, joyas y armas —replicó la niña.


               —Yo soy pirata, Alteza; pero un pirata honorable. Jamás las maltraté, ni las privé
               de comida. Traté de hacerles placenteros los días, ¿o ya se le olvidó lo divertido
               que le resultó jugar con las olas y correr por la playa?


               —No, no se me ha olvidado.


               —Pues bien, no puedo creer que la ayita, que ahora es doña Inés, no intervenga
               para hacer algo por nosotros. Tiene un corazón más duro que Rajid el Temible.


               Doña Inés se levantó y, sin decir palabra, se alejó del lugar. La historia de Rajid
               y sus comentarios la habían dejado pensativa. Si bien era cierto que nunca las
               maltrató cuando fueron sus cautivas, él fue el culpable de que el destino les
               hubiera jugado una jugarreta: la princesa perdía padres y reino, pero en cambio
               ella recuperaba su libertad y su familia. Al recobrar su identidad, recuperaba su
               fortuna; de estar al servicio de una princesa, ahora era la hija de un hidalgo
               español.


               Toda esa tarde doña Inés se quedó en su cabina sin hablar. A Micaela solo le
               contestaba con monosílabos. Cuando la niña se hartó de hacerle la conversación,
               la amenazó con irse a platicar con Rajid. Doña Inés le habló con dureza.


               —Queda terminantemente prohibido que te acerques a los calabozos y que
               hables con los esclavos.


               —Pero si tú…


               —No hay pero que valga; o haces caso o te mandarán también a ti a los
               calabozos. Son órdenes expresas del capitán.


               A la mañana siguiente, doña Inés pidió hablar a solas con don Joaquín Mendoza
               de los Santos. Le sugirió comprar a uno de los esclavos que viajaban en los
               calabozos. Era un buen hombre que había estado al servicio del rey, padre de
               Micaela. Al escucharlas hablar un día la lengua del Reino del Elefante Blanco, le
               había gritado a Micaela para identificarse. Sería una pena mandarlo a las minas o
               a los campos de azúcar. Mejor haría don Joaquín en tenerlo al servicio de su
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