Page 66 - Princesa a la deriva
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casa; era valiente y trabajador. Don Joaquín aceptó y ordenó que le presentaran a

               Rajid, con las instrucciones de bañarlo antes y ponerle ropa limpia.

               —Solo le pido que le enseñe a hablar castellano, al igual que a Micaela. Si
               demuestra ser un haragán o un ladrón, lo enviaré a las minas. Deberá

               explicárselo. En cuanto a la niña, me preocupa que se siga portando como un
               animalillo salvaje. Necesita aprender a comportarse para poder estar entre la
               gente decente.


               Doña Inés le prometió redoblar esfuerzos en cuanto a Micaela, además de
               enseñarle a Rajid el castellano y las costumbres de sus nuevos amos. De regreso
               al camarote se encontró con Micaela, que saltaba de un barril a otro. La tomó
               con fuerza del brazo y la arrastró con ella.


               —Ya no podrás salir del camarote hasta que pongas mayor empeño en aprender
               a comportarte con decoro y hablar el castellano.


               —Siempre fuiste muy mandona, pero ahora estás insoportable —dijo la niña
               enfurruñada.

               —Así es, pero ahora ya no puedes amenazarme con acusarme con tu padre el rey

               y pedirle que me azote —contestó con severidad doña Inés.

               —Tú bien sabes que nunca te acusaba, ayita; además mi papá jamás te azotó.


               —Eso ya lo sé, pero insisto en que me llames doña Inés, o me harás perder la
               paciencia.


               —Te ves muy fea enojada, la boca se te tuerce; ya se te olvidó sonreír.


               —Podría sonreír más a menudo si tan solo aprendieras a sentarte derechita y a
               comer con el tenedor y la cuchara, e hicieras tu tarea para hablar mi lengua.


               En ese momento tocaron a la puerta y apareció Rajid vestido de librea, sin barba
               y con el cabello corto. La niña, al verlo, soltó la carcajada.


               —Ni quien te reconozca con ese disfraz. Al rato te van a cambiar el nombre.
               ¿Por qué te soltaron?


               —Gracias mil, ayita, por haberme sacado de ese infierno. Le juro pagarle con mi
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