Page 61 - Princesa a la deriva
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—¿Rajid el Temible?
—¿Conoces a otro?
—No, ¿pero qué haces allá abajo?
—Gracias a Su Alteza y su aya perdí mi barco; quedé a la merced de una nave
de la flota española que me atrapó como a un animal indefenso y me vendió
como esclavo, Mila Milá. Lo que no entiendo es por qué ustedes robaron mi
barco, si yo jamás las maltraté.
La niña, confundida, se levantó y corrió en busca del aya. Mientras se alejaba,
escuchaba los gritos de Rajid, que le pedía que no se fuera.
La princesa encontró al aya bordando en su camarote.
—Ayita, tienes que venir rápido.
—Ya sabes que no puedes decirme ayita, ni aya, sino doña Inés, Micaela; más
vale que te acostumbres, será mejor para ti.
La niña la escuchó, impaciente.
—Como quieras, lo importante es que vengas; no tienes idea de quién está en el
calabozo de los esclavos.
—No deberías andar por allí, sabes que nos lo tienen prohibido; podría
acarrearte un castigo de parte del capitán.
—Nadie puede prohibirle nada a Mila Milá; aunque a Micaela, sí. Por lo tanto,
yo solo estaba caminando sobre la cubierta, disfrutando del sol y el aire fresco.
Mejor ya no te cuento, ven conmigo.
La niña tomó del brazo al aya y la obligó a subir a cubierta. En el camino le
contó de la rejilla en el suelo, por donde una voz la llamó y dijo ser Rajid. Ante
la abertura enrejada, la niña se arrodilló y llamó a Rajid. Este de inmediato le
contestó. Doña Inés, sorprendida, se asomó sin poder distinguir los rostros
perdidos en la penumbra.
—Ah, veo que el aya se encuentra con usted, Alteza.