Page 60 - Princesa a la deriva
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LOS DÍAS pasaron rápidamente. Entre coserle ropa nueva, enseñarle a caminar
               con los pies metidos entre cueros duros y sentarse sin cruzar las piernas, llegó el
               día en que abordaron la Nao de China. Ahora vestían otras ropas y respondían a

               otros nombres: doña Inés y Micaela. Doña Inés comía ansias por reencontrarse
               con su familia; olvidó la preocupación que le causaba estar otra vez en alta mar,
               expuesta al mal tiempo y a los piratas. Micaela, fascinada con el ir y venir de los
               marinos, olvidó que estaba destinada a ser un regalo. Su curiosidad la llevaba a
               recorrer el barco de popa a proa. Se dedicó a visitar cada recoveco, indagar el
               contenido de cada barril, caja o baúl. En cuanto podía, agobiaba de preguntas a
               doña Inés. Esta insistía en que se las formulara en castellano, antes de
               contestarle. Ante la urgencia por recibir respuestas, Mila Milá, mejor dicho,
               Micaela, hizo un esfuerzo por aprender la nueva lengua. Nada la ponía más feliz
               que estar en alta mar, viendo a los marinos subir y bajar las velas, anudar las
               cuerdas.


               Transcurrieron las semanas sin que arreciara un temporal, sin que barcos pirata
               amenazaran con atacarlos. La niña recobró el apetito y su buen humor. Desde
               que el aya la asustó diciéndole que podrían venderla como esclava, Milá sintió
               gran inquietud por ver dónde estaban los esclavos que llevaban en el barco para
               venderlos en esas tierras nuevas. Los mantenían en unas mazmorras cerca de las
               bodegas, adonde tenía prohibido acercarse. Un día, mientras caminaba sobre la
               cubierta del barco, oyó unas voces que venían de una rejilla sobre el piso de
               madera. Se hincó y se asomó; en la penumbra solo distinguió sombras. De

               pronto escuchó una voz de hombre que le hablaba en la lengua del Reino del
               Elefante Blanco.

               —Mira nada más quién está allí tapando el poco sol que alcanza a llegar hasta

               estas profundidades. Parece que siempre debes causarme algún mal.

               Le pareció conocida la voz. Sorprendida, intentó identificar a la persona que
               hablaba, pero la oscuridad dentro del calabozo no se lo permitió.


               —Veo que te cortaron la lengua, de otra manera no entiendo que guardes silencio
               —continuó insistente la voz.


               —¿Quién eres?


               —Así que ya me olvidaste. Soy Rajid, Su Alteza.
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