Page 139 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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Ese día comenzaron a darse muchos cambios y la gente no entendía qué podía
haber pasado. Las mujeres perdieron su sello y los hombres de repente dejaron
de estar fatigados.
Sería mentira decir que todos los hombres se fueron a trabajar felices, pero
algunos sí lo hicieron. La pérdida del sello había hecho que muchas mujeres
ganaran una extraña fuerza nueva, una como la que me hizo retar al Espíritu del
Viento: las gemelas se dieron cuenta de que eran mayores de edad y decidieron
que podían rentar un departamento para ellas solas, mientras que Pilar dejó a su
padre, con todos sus trastes sucios, y decidió poner una tortillería más en otro
pueblo.
Unos días después la gente notó algo: la señora Lulú y su carrito habían
desaparecido. Pero yo no me preocupé, porque a pesar de las advertencias del
Espíritu, yo aún seguía presintiendo cuando el viento del norte se aproximaba.
Sentía que mis mejillas se enrojecían... aunque no mucho.
Les pregunté a Tania y a Laura cómo terminaba su sueño de las desapariciones.
Y una de ellas (la verdad es que ya comenzaba a confundirlas), me dijo:
—Tú desaparecías y escribíamos una carta al presidente pidiendo que te
buscaran a ti y a las demás. Pero ya no supe qué pasaba después porque en ese
instante me desperté.
En ese momento deseé que nunca más, ni siquiera en un sueño, volviera yo a
saber que aquí o en algún lugar del mundo, las mujeres sufrían o desaparecían,
dejando sólo sus zapatos en una zanja del desierto. Pero entendí que esto sólo era
posible si entendíamos lo que el Espíritu me había dicho. Todos podemos
cambiar de piel: el desierto, los animales, las plantas, hasta los hombres y las
mujeres... y sin ayuda del viento.