Page 135 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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UN PEDAZO DE PAPEL había caído de la chamarra del Bicho justo cuando
pasaba junto a mí. Lo tomé por reflejo y lo abrí por pura curiosidad.
Era el dibujo de la doctora, que en ese momento nos había ido a cuidar pues la
maestra Brenda había ido a un curso para profesores de zona. El dibujo mostraba
a la directora como una momia con escoba y arrugas; decía: “La ginecoloca”,
por Ivón Villarreal.
En ese momento escuché la voz de ella:
—A ver, tú niña. Dame ese papel.
Temblé como nunca lo había hecho. En ese momento fue cuando lo recordé todo
y me di cuenta de lo que había pasado. El Espíritu del Viento del Norte me había
mandado no precisamente al mejor momento de mi vida: me había mandado
atrás en el tiempo, justo al instante en que el Bicho se había convertido en mi
peor enemigo.
Le extendí con miedo la hoja a la directora, que en ese momento se colocaba los
lentes para revisarla. Yo recordaba perfectamente lo que había pasado ese día y
tal cual así ocurrió de nuevo: ella experimentó cambios de piel peores a los míos,
empezó con un rojo rabia hasta llegar a un color verde furia (de diez grados en la
escala del enojo):
—¿Hiciste tú esto?
—No, directora, no fui yo.
—¿Cómo quieres que te crea, niña mentirosa? Está tu nombre en la hoja.
—Le juro que no. El papel se le cayó a Justino.
Estaba perdida. Me sentía en una trampa. ¿Cómo iba a probar que el Bicho era
capaz de cambiar en un momento como ése, cuando todavía era un niño odioso?
Lo recordaba bien: la doctora levantaba la mirada y le preguntaba a Jujú si él