Page 133 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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a las tres. Pero recuerda que no debes decirle a ningún hombre, pues perderás tu
sello, y tampoco podrán huir porque irían a buscarlos. Los vientos están en todos
lados.
Decidí que si no podía salvar a los hombres, al menos debía salvar a Tania y a
Laura. Me dirigía entonces al gran boquete que seguramente me llevaría al
desagüe y al cementerio de zapatos, cuando la imagen de mis amigos enterrados
para siempre por un viento furioso me detuvo. Sentí una fuerza que me hacía
resistirme a darme por vencida, como cuando estudias y luchas porque los ojos
no se te cierren. Entonces me volví y dije:
—¿No hay un modo de evitar todo esto?
La señora Lulú se dirigió a un punto del cuarto, tomó una lata de comida para
perro y la comenzó a abrir. El pastor alemán y el collie corrieron impacientes
hacia ella, mientras los perros pequeños daban saltos de ansiedad a su alrededor.
—¿Por qué todas me preguntan lo mismo? ¿Acaso quieren seguir con esos
hombres? Sirvió la comida en un plato y la depositó en el suelo y después
continuó con un tono de enojo en su voz—: Claro que hay un modo. Siempre
hay un modo... Yo vine a averiguar si habían cambiado los hombres...
Muéstrame un hombre del pueblo, uno solo que haya maltratado o se haya
burlado de las mujeres, que se haya dado cuenta de su error y no tocaré a los
demás —se encaminó hacia las flores—. La misma pregunta la hice a todas las
demás: a Pilar, a Frida, a tu mamá, a las de los otros pueblos: “¿Hay algún
hombre que puedas estar segura que ha cambiado?” —se acercó a mí y
tomándome de los hombros intentó convencerme con un tono de voz dulce—.
Hay varias mujeres desaparecidas y no le ha importado a ningún hombre, ¿qué
mejor prueba hay que ésa? Siguen igual que hace cien años cuando no le
abrieron la puerta a una mujer desesperada.
Entonces vino a mí la imagen del Bicho: caminando a mi lado, empujando al
grosero padre de Pilar y tomándome con fuerza de la pierna para impedir que el
viento rojo me llevara. Una fuerza desconocida me dominó, un coraje que no
había sentido antes me hizo decir:
—Pues yo quiero intentarlo —tomé aire y continué—: Quiero demostrarte que
los hombres pueden cambiar.
Mistral, incrédula, se sentó en uno de los sillones y después de emitir una breve