Page 129 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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—¿Hubieras preferido gansos o perros?


               —Pero son seres humanos —me sentí de pronto en un cuento de los hermanos
               Grimm, tal vez el de Hansel y Gretel.


               —No te apures, Ivón. Esto es temporal. Aquí están todas ellas —y mientras iba
               diciendo nombres, señalaba una a una las flores del desierto en su respectiva
               maceta—: Pilar, Estela, Ena, Nati, Frida, Jose, tú mamá, que por cierto tiene una
               corola magnífica, Sara, o sea la doctora, y claro... —hizo una breve pausa, y

               después de carraspear, continuó—, la abuela de Mario. ¡ah!, y claro, Brenda.

               Casi me voy de espaldas, justo sobre una colección enrome de antiguos discos
               LP.


               —¿Brenda? ¿Mi profesora?


               —Siento no habértelo dicho antes, pero como estuviste dormida dos noches,
               bueno... —señaló a otro punto del cuarto y continuó—. También tengo por acá a
               las mujeres de otros pueblos cercanos.


               No supe qué sentir en ese momento. ¿Era broma? ¿El Viento del Norte estaba
               secuestrando a las mujeres y las transformaba en flores? Tal vez debía haber
               sonreído ante algo así, como se reiría uno de un chiste, pero la verdad, me sentí
               furiosa.


               —¿Por qué hace esto?


               Mistral, la señora Lulú o quien fuera, se sentó en otro de sus sillones, uno que
               estaba ocupado por un perro maltés que brincó para no ser aplastado. Entrecerró
               los ojos y comenzó a contarme una historia:


               —Hace algunos años, cien, para ser exactos, un hombre acostumbraba, por pura
               diversión, apagar sus cigarrillos en el dorso de la mano de su esposa. No le
               importaba siquiera que ella estuviera embarazada. Un día la mujer no aguantó
               más y le quemó la mano del mismo modo que él lo hacía, sólo que ella usó la
               plancha de la ropa. Mientras el hombre se dolía, ella aprovechó para huir de su

               casa. Intentó que la recibieran sus vecinas, y aunque las mujeres querían
               ayudarla, los esposos de éstas no las dejaron ni siquiera abrirle la puerta. Tuvo
               que huir al desierto, pero al poco tiempo su esposo la alcanzó. Él le dijo que se
               arrepentiría de haberlo tocado. Ella suplicó que no le pegara pues podía lastimar
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