Page 127 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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—Perdona lo de los zapatos, pero yo tengo esa costumbre oriental. Cuando vas a
entrar a otro mundo es una señal de respeto quitarte los zapatos. No es cortés
manchar con el polvo de afuera el lugar que se visita. ¿Sabías que en muchos
lugares de Oriente la gente no sólo se quita los zapatos cuando entra en las casas
de sus vecinos, sino que hasta las mujeres al dar a luz nunca lo hacen con los
pies cubiertos?
Por un momento pensé en salir corriendo de ahí, pero ¿a dónde podía ir?
Además, debía preguntarle muchas cosas, aunque no se me ocurrió por dónde
empezar. Tal vez lo primero era preguntar quién era ella. Pero, ¿no era una
pregunta un poco tonta? Eso pensaba, cuando viéndome por encima de sus
anteojos me propuso:
—A ver, te voy a ayudar. Lo primero que tú quieres saber es quién soy yo, ¿no?
Cuando alguien lee tu pensamiento no te queda otra que sonreír como tonta y
afirmar con la cabeza.
—Me llaman de muchas formas, pero yo prefiero Mistral... Soy, para que puedas
entenderlo, el Espíritu del Viento del Norte.
Creí que me estaba tomando el pelo y hasta las pestañas, pero el torbellino que
me había traído hasta ese lugar había sido tan real que no podía sino creer lo que
fuera, así hubiera dicho que era la madre naturaleza o el demonio de las horas
perdidas, le habría creído.
—No te apures. Nunca nadie dice “encantado” o “mucho gusto” cuando un
espíritu de la naturaleza tiene el atrevimiento de presentársele. Por eso tomamos
estas formas. Claro que debo decirte que eso de parecer siempre un vagabundo
loco no me hace muy feliz, pero es una regla que no podemos romper; tenemos
prohibido parecer ricos, inteligentes o poderosos. Así que ya lo sabes, la próxima
vez que veas a un hombre vestido de payaso y recogiendo basura de un lote
baldío, piensa que tal vez estás viendo al mismísimo Espíritu del Trueno.
Me quedé aún más muda, por lo que Lulú, Mistral o el Espíritu me dijo:
—¿Sigues sin poder hablar? Está bien, te contestaré tu siguiente duda... que sin
lugar a dudas es: “¿Dónde está mi mamá? Tú me dijiste que la encontrarías.
¿Está bien?”. Pues déjame responderte: sí, aquí está; y sí, está muy bien.