Page 122 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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carrito de metal. Entonces justo al pasar frente al hospital la vi. Era la señora
Lulú, que empujaba su carrito de supermercado. El golpeteo de mi corazón
aumentó casi al doble. Corrí hasta ella gritando:
—Señora, Lulú.
Ella se volvió asustada:
—Niña, ¡qué susto!
Yo busqué de inmediato en todas direcciones, esperando ver a otra mujer
extraviada caminando por la terracería.
—¿Donde están las demás mujeres desaparecidas?, ¿dónde está mi mamá?
—¿Desaparecidas? —dijo mientras se volvía, como queriendo adivinar qué
buscaba yo.
—Sí, ¿dónde estuvo todos estos días?, ¿dónde está mi mamá?
Ella me miró con un gesto de no haber entendido ninguna de mis preguntas
mientras arreglaba el sombrero de flores que llevaba sobre la cabeza y que
amenazaba con caérsele en cualquier momento.
—Yo sólo saqué a pasear a mi rosal. Adora los baños de luna...
Señaló el interior del carrito y pude ver que llevaba varias macetas con flores y,
entre ellas, un rosal. Un poco desesperada le dije:
—Pero, entonces, ¿no estuvo desaparecida?
—¿Yo desaparecida? —volvió su mirada al carrito—. ¿No es bonito mi rosal? —
luego me tomó del brazo—. Ven, te llevaré a tu casa. No debes estar sola en un
lugar tan feo como éste.
Quise librarme de ella y casi le grité:
—Mamá desapareció.
—Has tenido un mal sueño. Ven yo te llevaré con tu mamá.