Page 119 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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EL DÍA SIGUIENTE LOS ZAPATOS de la doctora aparecieron en el
cementerio, junto con una pulsera que recogió el Bicho cerca del hospital y que
decía “Armando”.
Yo esperaba que las desaparecidas llegaran al pueblo en cualquier momento,
pero no fue así.
Ese viento rojo se había llevado con todo su odio a nuestras mujeres, dejando
sólo una cosa buena: a mis dos amigas, Tania y Laura. Era maravilloso poder
escribir en adelante sus nombres con una y y no un horrible guión.
El torbellino se había llevado a una doctora y a las niñas que ayudó a nacer.
Supuse que estaría satisfecho, sobre todo cuando esa noche no hubo color cereza
en mis mejillas y ninguna desaparición. Sin embargo, las mujeres del pueblo
estaban inconformes. Había que encontrar a las mujeres perdidas, estuvieran
vivas o no.
Tres noches después de la desaparición de la doctora, llegó mamá a casa
diciendo que lo único sensato que podíamos hacer era mudarnos de ahí, ya que
no tenía caso lidiar con un grupo de hombres que les parecía poca cosa la
desaparición de ocho mujeres. Dijo después algo a lo que en ese momento no le
di importancia:
—También desapareció Jose, la abuela de tu compañero de clases, Justino...
nunca te platiqué quien era, pero ella me cuidaba cuando chica, era como mi
hermana mayor. Todas mis amigas desaparecerán y no quiero estar aquí para
verlo.
Yo no estaba de acuerdo en irme de ahí con esa prisa, ahora que tenía a Laura y a
Tania, además de que los Escorpiones ya eran nuestros amigos. Pero estaba
equivocada.
Mamá decidió que esa misma tarde hablaría con sus jefes, renunciaría a su
trabajo y nos marcharíamos de ahí. Me dijo que regresaría por la noche.