Page 116 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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mano. Le grité a Érika:


               —No la vayas a soltar.


               De pronto todos flotábamos en el aire. Tania y yo gritamos. Sentí que el viento
               nos sacudía a su antojo como si fuéramos una rara cometa. Dibujé la imagen en
               mi cabeza y casi pude ver al Garrapata como un extraño esquiador que se
               sostenía de dos cuerdas humanas. Miré hacia arriba y, entre el torbellino rojo,
               pude ver cómo el viento arrancaba de las manos de la maestra a la doctora que

               ascendía y ascendía. Me pareció ver entre esa tempestad de arena que una figura
               negra la cubría y la desaparecía para siempre. Escuché gritar a Tania:

               —No puedo más, voy a soltar a uno.


               Érika la animó:


               —Aguanta, tú puedes.


               Sentí que mi prima y yo nos separábamos. Eso quería decir que Érika había
               perdido a Tania. Me asusté mucho, ya que yo era la única que la sujetaba. No
               podía dejarla, no podía. Pero el viento succionaba todo, aunque sólo un segundo
               después escapaba de ahí, y nos dejaba caer a todos contra el piso del sótano del
               hospital.


               Hubo un instante de calma y oscuridad.


               Escuché la voz del Bicho detrás de mí:


               —¿Estás bien?


               Miré al gran boquete que había en el techo y vi al remolino rojo escaparse
               dejando limpio todo el aire. Y un instante después, los rayos de la luna de nuevo
               iluminaban todo. Yo sentía cómo mi mano aún sujetaba con fuerza la pierna de
               mi amiga. Me acerqué a ella:


               —¡Estamos bien!


               Pero Tania se volvió y me dijo a punto de llorar:


               —Solté a Mario. Sentí que no podía más; usé todas mis fuerzas y escapó de mi
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