Page 114 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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—Enterré en este edificio la única prueba que tenía de que las mujeres no
pueden ser eliminadas. Pero ahora ya no estoy tan segura. Ese odio por las
mujeres en este lugar es algo increíble, más poderoso de lo que tú puedes creer, y
parece que ha vuelto.
Sentí entonces un terrible calor, miré a mi alrededor pero no había nada que
pudiera explicarlo; entonces empezaron a arderme las mejillas, los brazos y las
piernas. Tania me miró y dijo:
—Ivón, ¿qué te pasa?
Yo lo acababa de entender:
—Viene un viento... uno muy fuerte.
—Hay que salir de aquí —gritó Érika.
La maestra y Mario se acercaron a la doctora para ayudarla a salir. El color de mi
piel era de un rojo oscuro, pero intenso como nunca. Les grité:
—Apúrense.
La doctora quiso recoger las pulseras regadas en el suelo. Yo comencé a sudar
por la fuerza del viento que venía, miré mi piel y me di cuenta de que estaba
salpicada de gotas rojas, como sangre. Un presentimiento espantoso me llegó y
le grité a la maestra y a mi amigo.
—¡Ya viene! ¡Y es terrible!
Era muy tarde: una tempestuosa corriente de aire entró en el hospital.
—Sujétense de algo —grité al sentir la fuerza del viento que se acercaba por los
pasillos.
Y en un instante invadió con todo su poder el almacén. Se formó entonces una
corriente circular que comenzó a girar y a girar. Todos los niños y mi prima
habíamos encontrado una columna de donde detenernos. Le grité a la maestra y a
Mario, que traían a la doctora sostenida por los brazos:
—Acérquense rápido.