Page 110 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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COMO PODRÍA ESPERAR CUALQUIERA que haya seguido esta historia, la
maestra de nuevo quiso evitar que la acompañáramos:
—Es peligroso. ¿No ven que esa mujer es la responsable de las desapariciones?
—Por eso, maestra. Ustedes no deben ir solas... —dijo Mario.
—Mi abuela quiso advertirle, maestra. Ella sabía que le podía ocurrir algo —le
dijo apurado el Bicho
La maestra Brenda tuvo que aceptar que deshacerse de nosotros iba a ser más
complicado que para un automovilista librarse del tráfico, así que consintió que
las acompañáramos. Por suerte, la maestra y Érika corrían más o menos rápido.
Mi prima llevaba tenis y se adelantó junto con los niños, mientras la maestra se
descalzaba para ir al paso que llevábamos Tania y yo.
En unos minutos ya nos encontrábamos ante la tenebrosa figura del hospital
abandonado. Érika se detuvo e impidió que avanzáramos. Los Escorpiones
protestaron:
—Tenemos que buscarla ya.
—Es una anciana, ¿qué nos puede hacer?
Mi prima dijo entonces:
—Será lo que sea, pero esa anciana desapareció ya a siete mujeres.
Un minuto después, la maestra Brenda, sumamente agitada, nos dio alcance. Y
mientras tomaba oxígeno de la pequeña brisa que venía del desierto, Érika
preguntó levantando la mirada, como si la pregunta estuviera dirigida al mismo
hospital:
—¿A qué vino aquí?