Page 107 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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como diciendo “está hablando de ti”—. Yo tenía doce años y usted me dejó
presenciar el parto. Cuando la niña llegó al mundo, no lloró, ni respiró. La
enfermera que la cargó dijo apenas: “Está muerta...”. Yo estaba ahí, paralizada.
Vi a la bebé. Estaba azul. Entonces usted se la quitó a la enfermera y puso su
boca en la boca de la niña y le sorbió las flemas que tenía, las escupió y luego
sopló pausadamente por la nariz de la bebé. Mi prima respiró y comenzó a llorar.
Su piel azul se volvió blanca, y luego amarilla, y al final llegó a un rosa
profundo... —mi prima hizo una breve pausa y luego preguntó—: ¿Cómo pudo
matar a esas otras niñas?
—¿Cómo puedes decir eso, Érika? —preguntó la doctora, que por un momento
pareció conmoverse.
Entonces la maestra, tal y como si hubiera escuchado mis pensamientos, sacó sus
anteojos y dijo:
—No quería llegar a esto, señorita directora, pero le voy a preguntar algo y
quiero que me responda de frente.
La doctora regresó a su tono agresivo:
—¿Qué hace? No me va a asustar con su absurdo sello.
—¿Fue usted quién desapareció a las mujeres?
—¿Cómo se atreve?
—¿Cómo se hizo esa herida en la mano? ¿No serían las uñas de mi tía
intentando defenderse?
—¿Qué dice?
La maestra estaba parada justo frente a la directora. Nunca la había visto tan
firme y segura; por un momento hasta me pareció mucho más alta que su jefa.
—¿No es cierto, doctora, que esas niñas no debieron nacer? ¿Que nadie las
quería? ¿Y que usted en ese momento no pudo desaparecerlas y cambiarlas por
un niño como hubiera querido, y ahora quiere acabar algo que no cumplió?
Pero por extraño que pareciera, la doctora no dejaba de ver de frente a la