Page 106 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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anestesiaba a todas?
La doctora sí que se enfureció. Mucho más que cuando el Bicho y sus amigos
organizaron una pelea de bolitas de papel sanitario mojado en los baños de la
escuela. Se puso de pie y le dijo con voz enérgica a la maestra:
—No sabe lo que dice. ¿Cómo osa suponer eso?
—Es probablemente la única mujer que conozco que odia a las de su propio
sexo, doctora.
—¿Qué dice? Yo no las odio.
—Hasta a las niñas del colegio las trata mal.
En ese momento tuve ganas de intervenir. Y estoy segura de que si Tania y yo
hubiéramos estado en esa discusión, las dos habríamos levantado la mano. Yo
hubiera dicho: “Es cierto, a mí me ha castigado parándome con la vista hacia un
rincón por dos horas”. Y Tania habría dicho: “A mí no deja de pedirme que me
vaya a peinar el cabello”. Pero al no estar nosotras ahí, la directora argumentó:
—Soy enérgica con ellas para prepararlas ante un mundo que las menosprecia.
Les forjo el carácter.
La maestra volvió al tema de los nacimientos:
—¿Qué hacía con las niñas que nacían y que eran cambiadas?
La doctora tenía una mirada de esas que dicen que parecen pistolas, sólo que la
de ella era como de un gran rifle. Entonces me vino una pregunta, ¿por qué la
maestra no sacaba sus anteojos y averiguaba la verdad?
—¿De dónde saca esas fantasías, Brenda? —dijo la directora.
Se hizo un silencio de esos que dan tiempo a una mosca de cruzar una
habitación; entonces, justo cuando esa mosca hubiera atravesado la puerta, mi
prima habló con un tono triste:
—Yo siempre la admiré, doctora. ¿Recuerda el día en que nació mi prima? —me
quedé helada y sentí las miradas heladas de Tania y Mario dirigiéndose a mí,