Page 108 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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profesora, sin pestañear, como si quisiera que nuestra maestra viera hasta el
fondo de sus ojos. Pero eso sí, no respondía a sus preguntas.
—Está loca.
—Conteste, doctora. Sí o no.
—No tengo por qué responderle —se encaminó hasta la puerta y la abrió,
mostrando la salida—. Salga de mi casa o llamo a la policía.
—Eso es lo que queremos en este pueblo, doctora: que venga la policía.
Hubo otro silencio, uno muy incómodo, uno que no se hubiera atrevido a
interrumpir ni la misma policía, pero sí la directora.
—Entonces yo me iré.
La doctora dio media vuelta, salió del cuarto, y dejó a la maestra y a mi prima
sin saber qué decir.
No sé si estaba más impresionada por la teoría de mi profesora o por haberme
enterado del origen de mi sello en el que la doctora me había salvado la vida.
Nos miramos los tres espías, nos ocultamos un poco más y oímos que la maestra
Brenda tomaba el teléfono que estaba sobre el escritorio.
Escuchamos cómo la reja de la entrada crujía. De pronto aparecieron, de entre
las primeras sombras nocturnas, el Bicho y sus amigotes. Los vimos con tal
desconfianza que Jujú nos tranquilizó:
—No se preocupen. Ellos vienen a ayudar.
El Garrapata y el Alacrán nos saludaron con un movimiento de cabeza. Y la
verdad era que lo amistoso los hacía ver muy extraños. Ellos mismos deben de
haberse sentido incómodos al usar esa mueca tan extraña llamada sonrisa y que
en ellos se veía tan forzada como una maleta de viaje llena y mal cerrada.
Yo estaba a punto de comentarle al Bicho lo que había entendido, cuando éste
nos dijo:
—Yo pensé que la idea de la maestra era seguir a la directora.