Page 113 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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vendada para que la maestra y todos nosotros pudiéramos ver su rostro.


               —Yo nunca desaparecí a nadie... y si quieres puedes ponerte ahora tus anteojos,
               para que veas que no miento.


               La maestra Brenda sacó sus lentes y se los colocó.


               —Yo no tuve que ver con las desapariciones. Y esta herida —la doctora mostró
               su vendaje— me la hice al cortarme en la cocina con un cuchillo.


               Entonces la profesora dijo asombrada:


               —Pero, ¿cómo?


               Sentí cómo los demás llegaban detrás de nosotros: Tania, Érika, Mario y el
               Alacrán, pero no me molesté en volverme. La doctora se incorporó levemente
               mientras decía:


               —Es un gran sello el tuyo, Brenda. Nunca me preguntaste cuál era el mío. El
               peor de todos. ¿Qué harías si tuvieras el poder de saber el sexo de cada niño que
               traerás al mundo, y no sólo eso, sino el poder de cambiarlo si así lo quieres?
               Seguramente no harías nada, tal vez ninguna mujer lo haría, pero ¿qué me dices
               de los hombres? Ellos son otra cosa. En cuanto los hombres del pueblo se dieron
               cuenta de mi sello, me exigieron que lo usara para que sólo nacieran niños en
               esta región. Me tenían amenazada y no podía rehusarme. Pero sí podía
               engañarlos. De vez en cuando, podía fingir que me había enfermado y entonces
               una enfermera misteriosa, que en realidad era yo, traía al mundo por error a una,
               dos, tres... treinta niñas. Niñas que ningún padre quería —hizo una pausa y luego

               continuó—. En eso te equivocaste, Brenda. Siempre estuve ahí para recibir a
               cada niña. Pasó mucho tiempo para que se dieran cuenta de mi engaño, pero
               cuando por fin lo hicieron, les hice creer que ya no tenía ese poder y una turba
               furiosa como un remolino quemó el hospital... Dijeron que fue un accidente,
               pero yo sé que no querían más nacimientos en este lugar.


               Todos estábamos quietos sin saber qué decir. Agradecí ser una niña de la que
               nadie querría su opinión en un momento como ése, y me imaginaba la carga
               enorme que era la respuesta que debía dar mi profesora.


               La doctora se levantó. Miré a mi maestra y, por su expresión, entendí que todo lo
               que la directora había dicho era verdad.
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