Page 117 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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mano.
Sentí ganas de llorar, pero el abrazo de la maestra que se acercó a nosotras me
confortó. La miré y me di cuenta de que al menos nuestra profesora seguía con
nosotros . Había perdido sus anteojos; y su peinado, siempre perfecto, estaba
totalmente deshecho.
Escuché a Érika que nos preguntaba:
—¿Están ustedes bien?
—Mario... —me escuché balbucear.
A varios metros escuché una voz que no esperaba oír:
—Estoy bien, todo lleno de arena, pero estoy bien... —no lo podía creer, Mario
estaba ahí.
—Pero, sentí que te escapaste de mi mano —dijo Tania sorprendida.
Con un gesto de confusión, se acercó mi prima diciendo:
—Nunca lo soltaste. Por eso está aquí.
No entendíamos nada.
De pronto, una voz, una voz conocida, pero totalmente fuera de lugar, salió de
entre la penumbra.
—Es cierto, nunca lo soltamos.
La vimos aproximarse. Era Tania, sólo que a unos metros de mí. Pero Tania
estaba a mi lado. Un microsegundo me tomó entender a quién estaba viendo: era
Laura.
Tania no lo podía creer, se acercó a Laura y se vio a sí misma pero con esa
actitud recta y sencilla. Y entonces imaginé que Laura se veía a sí misma, pero
con esa desfachatez y alegría tan extrañas para ella.
Eran dos imágenes iguales encontrándose, sólo que no eran dos reflejos puestos
frente a frente; eran dos figuras individuales, con movimientos propios. Ninguno