Page 102 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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POR MÁS QUE ROGAMOS ACOMPAÑARLA, la maestra nos pidió que
permaneciéramos en su casa y esperáramos su regreso. Nosotros queríamos ser
los primeros en saber qué decía la doctora.
Un momento estuvimos ahí sentados, impacientes, como los familiares que
aguardan en la sala de espera, con ansia, el nacimiento de un bebé. Tania acabó
con el silencio:
—¿En serio creen ustedes que la doctora sea la que ha desaparecido a las
mujeres?
—Es una tontería. Ella también es mujer —dije.
—Pero ya la conocen. Odia a todo mundo sin importar si eres niña, niño, planta
o mineral —continuó Mario.
—La doctora es casi una momia. No creo que la maestra y tu prima corran
peligro —continuó el Bicho.
Entonces sentí el atontamiento que debían sentir los personajes de caricaturas
cuando les pegan con una sartén en la cabeza. Algo terrible que no había visto,
de pronto era claro, como una película proyectada en una gran pantalla:
—Tu abuela quiso advertirle a alguien que consideraba como su hermana menor
—le pregunté al Bicho—, ¿quién era?
Él se llevó una mano a la boca en gesto de querer recordar algo y luego dijo:
—No sé. Sólo sé que iba a veces a casa de doña Frida y de la maestra.
Sentí como si un millón de hormigas salieran de mi estómago y me recorrieran
todo el cuerpo, y creo que los demás también lo sintieron, porque pusieron el
mismo rostro pálido. El líder de los Escorpiones dijo:
—¿Crees que se refería a la maestra Brenda?