Page 98 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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               NO ESPERAMOS MUCHO SENTADOS frente a la casa de la maestra. Al poco
               tiempo llegó ella, seguida de mi prima Érika.


               En cuanto vimos a nuestra profesora, corrimos hacia ella tan entusiasmados que
               cualquiera hubiera pensado que traía regalos de navidad para nosotros. Todos
               queríamos ser el primero en decirle lo que habíamos averiguado. Nuestras voces

               competían y se escucharon revueltas como en una ensalada, y escandalosas
               como me imaginaba que debía de escucharse un grupo de cotorras pidiendo que
               les dieran de comer.


               La maestra Brenda tuvo que pedirnos:

               —Por favor hable uno por uno.


               Entonces nuestras voces ya no se oyeron confusas, pero creo que continuamos
               pareciendo cotorras, ordenadas, pero cotorras. Sin embargo al final entendió que
               su teoría era correcta.


               Nuestra profesora sonrió y nos dijo:


               —Eso, junto con lo que averigüé con ayuda de Érika nos puede dar una idea de
               lo que está pasando.


               Fue una suerte que mi prima no se molestara de verme ahí, ya que ella podía
               hacer que mi mamá me castigara. Pero estaba segura de que la maestra le había
               explicado ya todo.


               —¿Cómo te sientes? Tu mamá me dijo que tuviste fiebre en la noche.


               —Estoy bien. Tal vez me equivoqué y no era fiebre.


               —Como sea, lo mejor será que nos vayamos a tu casa pronto. Puedes recaer —y
               dale con lo de recaer.


               Yo, al igual que los demás niños, quería que la maestra nos explicara lo que
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