Page 93 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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cucarachas que se escondían al sentir el parpadeo de luz que entró con nosotros.

               Un hombre de barba blanca, acostado en un sofá, se sentó con gran esfuerzo.
               Vestía una piyama de franela negra, con los botones del saco mal abrochados.
               Nos miró extrañado y, con una voz fuerte y agresiva, dijo:


               —Ustedes no son Pilar. ¿Qué quieren?

               —Somos sus amigos —me atreví a decir.


               El hombre nos miró y ordenó mientras volvía a acostarse:


               —Entonces empiecen.


               —¿Qué quiere decir? —preguntó el Bicho, con la misma cara de confusión que
               yo tenía.


               El hombre se volvió a sentar, cosa que lo hizo enojar un poco más.


               —Vienen a limpiar, ¿no?


               —No. Vinimos a preguntarle algo —dijo Jujú.

               El hombre nos miró molesto. Un ataque de tos lo hizo ponerse rojo. Entonces me
               dijo:


               —A ver, tú, niña. Dame un vaso con agua.


               Me asustó tanto su voz que lo obedecí. Pensé que si no lo hacía me amenazaría
               con convertirme en cucaracha, y yo se lo hubiera creído.


               —¿Y qué quieres saber? —preguntó el viejo al líder de los Escorpiones.


               Me di cuenta de que el hombre sólo con el Bicho usaba un poco de cortesía.


               —Algo que tiene que ver con su hija, señor —respondió Jujú.


               —¿Qué hizo la inútil? —preguntó molesto el hombre.


               —Nada. No hizo nada —me escuché decir molesta, ya que no podía creer que
               hablara así un padre de su hija.
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