Page 92 - Hasta el viento puede cambiar de piel
P. 92

Caminábamos Jujú (es decir, el Bicho) y yo en silencio. No era fácil, ni para él ni

               para mí. Si el día anterior me hubieran anunciado que iba a estar caminado con
               Justino Juárez, a su lado y no huyendo de él, no lo hubiera creído. Me
               preguntaba qué hubiera pensado el Bicho si un día antes alguien le hubiera
               anticipado que iba a caminar a mi lado y no persiguiéndome. Tal vez hubiera
               exclamado: “Antes preferiría caminar sobre vidrio molido” (como yo lo hubiera
               pensado). Decidí intentar olvidar ese dibujo que había firmado el Bicho con mi
               nombre tan sólo para que me castigaran. Si no lo olvidaba, todo iba a ser más
               difícil.


               Pronto me di cuenta de que caminar junto a un enemigo va haciendo que a cada
               paso sea menos tu enemigo. En un momento hasta me pareció que el Bicho no
               olía tan mal (claro que yo estaba a más de un metro de distancia de él). Se me
               ocurrió entonces que si obligaran a los presidentes de países enemigos a caminar
               un rato solos, tal vez llegarían a pensar que el otro no huele tan mal y así se
               evitarían muchas guerras.


               Pero si en algún momento pensé que el Bicho era el peor de los hombres era
               porque no había conocido al padre de Pilar, su único pariente. El hombre vivía
               en una casa vieja de lámina y, si no hubiera existido, algún escritor de libros de
               terror lo habría creado para que se moviera en las peores pesadillas de los niños.


               En cuanto tocamos, una voz rasposa preguntó:


               —¿Eres tú, Pilar?


               No supimos qué responder. Entonces, se escuchó:


               —No vas a hacer que me levante, ¿verdad? Pasa de una vez.


               El Bicho decidió que lo mejor era pasar. Lo seguí a pesar de que una voz me
               zumbaba en los oídos diciéndome “Tú quédate afuera”, “Te vas a arrepentir.”


               Apenas habíamos entrado, un resorte en la puerta de metal la cerró con violencia
               detrás de nosotros, como me imagino que se cierran las puertas de todos los
               brujos de los bosques. Un olor, que más parecía la mezcla de muchos olores
               espantosos como a ropa sucia, sudor y comida echada a perder, me oprimió la
               garganta, haciéndome toser y llorar lágrimas de asco. Me limpié los ojos y
               entonces pude ver que estaba en un cuarto sucio y descuidado; parecía que nadie
               había limpiado en varios días, casi podría jurar que vi las antenas de varias
   87   88   89   90   91   92   93   94   95   96   97