Page 88 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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—¿Se siente bien? —preguntó Tania.
—¿Quiere agua? —le ofrecí.
Le di de mi cantimplora. Ella bebió y tomó un poco de agua en sus manos para
refrescarse el cuello y el rostro. Parecía uno de esos peregrinos que se extravían
en el desierto y que son rescatados después de días de no probar ni un coco. Dio
un respiro de alivio y nos dijo:
—Vengo del pueblo de mi tía. Fui a visitar a su hermano. Tenía una duda terrible
desde que ustedes me dieron la pulsera. ¿Saben cómo se llama él?
—Melquiades —dijo Mario.
—Entonces ¿estas son pulseras de los hermanos de las desaparecidas? —se
atrevió a decir Tania.
—No, exactamente. Algo más increíble —dijo la maestra. Después tomó un gran
trago de agua.