Page 84 - Hasta el viento puede cambiar de piel
P. 84
pero de esos que llevan petróleo y acaban por derramar toda su negrura en los
mares, y por matar a peces y gaviotas.
Caminamos diez minutos en el desierto. El sol seguía detrás de unas nubes, que
sólo de vez en cuando lo dejaban parpadear un poco. Todos teníamos el temor de
no encontrar la zanja de nuevo. La policía se había retirado y no había nadie por
ahí que nos pudiera ayudar o regañar (así es la vida, todo tiene su lado bueno y
su lado malo). Llevábamos más de cinco estadios de futbol recorridos (según
Mario) cuando al volverme, vi el hospital. Era igual a una tortuga negra
durmiendo. Entonces, inesperadamente, Tania dijo:
—Laura me ha dicho que sigamos por la izquierda.
Yo también lo recordaba ahora, habíamos torcido nuestra carrera en esa
dirección. Esa carrera donde habíamos sido perseguidores y perseguidos y en la
que ahora éramos tan sólo caminantes. Pronto pudimos ver las huellas de autos
marcadas en la tierra, que parecían arrugas de enfado en el desierto. Seguro las
habían hecho las llantas de los carros de la policía. Nos miramos y, sin decir
nada, comenzamos a seguirlas. Pronto, pudimos ver la zanja, y al llegar al borde
nos encontramos con el llano junto al tubo de desagüe, el lugar donde habíamos
encontrado los zapatos perdidos que la policía había retirado de ahí. Una tira
amarilla de plástico rodeaba el lugar, tal vez para impedir que la gente se metiera
o simplemente para dejar el mensaje: “La policía estuvo aquí”. Y me pregunté
por qué habían usado una tira amarilla en el desierto amarillo y no una negra; tal
vez tenían que usar las mismas tiras en todos lados o tal vez no tenían de otro
color; tal vez nunca pasaba nada en el desierto. Y casi me sentí mal por estar
pensando en tiras amarillas cuando Jujú (el Bicho) descendió apurado. Entonces
bajamos los demás a averiguar lo que yo ya me temía (y tal vez los demás
también).
El Bicho vio un par de pantuflas junto a una roca y se acercó hasta ellas. Creí ver
dentro de esos zapatos a una señora de cabellos blancos sentada en la roca,
tomando aire y esperando un viento refrescante para poder seguir con su
caminata. Lo extraño es que también en el cementerio había otros zapatos que no
habíamos visto ahí ayer: zapatos nuevos y viejos, de tacón alto y bajo, zapatos
tenis y huaraches, ¿de dónde vendrían? ¿Quiénes habían sido las mujeres que
caminaron las calles de sus pueblos con esos zapatos? Habrán sido mujeres que
descendían de un autobús o habrán sido amigas que salían de un cine, quizás
trabajadoras que caminaban a su casa mientras veían las estrellas. Fuera lo que