Page 80 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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—¡Oye, amiga, acuérdate que no estás hablando con Laura! Además, si ya nos
castigaron, ¿qué importa que nos vuelvan a castigar?
En realidad yo no era nada difícil de convencer y, por otro lado, también estaba
preocupada por mi amigo, por eso le dije:
—Me siento bien. Desayunemos algo y vamos.
Después de unos minutos acabamos de lavar los platos: tal vez mi madre me
podría perdonar que me saliera sin pedir permiso, pero lo que hubiera podido
hacer que me encerrara en el calabozo, si es que hubiéramos vivido en un
castillo con calabozo, era que no lavara mis platos. Entonces tocaron a la puerta.
Era extraño a esa hora. Me dirigí a abrir mientras me comentaba mi amiga:
—Tal vez es tu prima.
—Ella tiene llave.
Era Mario. Y debí haber puesto una cara de búho asustado, pues en cuanto me
vio me dijo:
—¿Por qué te asustas? Mis tías votaron cuatro a dos a que podía venir a verte —
entonces dijo—: Alguien quiere hablar contigo.
Mi rostro de búho debió de haber sido poca cosa en comparación con la cara de
susto que puse cuando Mario se apartó, seguramente la misma que puso Tania y
que tendría una mosca atrapada en una telaraña que ve venir a la dueña de la
casa.
Era el Bicho.
Tania me pidió con horror que cerrara la puerta:
—Viene a vengarse de mí por el gran golpe que le receté.
Pero el líder de los Escorpiones no tenía esos ojos de perro guardián a punto de
atacar, se veía casi inofensivo. Creo que el verlo así fue lo que evitó que cerrara
la puerta y pusiera el refrigerador como tranca. Entonces dijo:
—Necesito su ayuda —estas tres palabras debieron ser las palabras más difíciles