Page 76 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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               YO SABÍA QUE AL ENCONTRAR ese cementerio de zapatos no habíamos
               encontrado a las desaparecidas, pero al menos me hubiera gustado que nuestro

               hallazgo hubiera evitado que las mujeres del pueblo siguieran desapareciendo.
               Pero no fue así. Esa noche cuando me vi al espejo tenía otra vez el rostro como
               si lo hubiera maquillado con una pintura roja espesa. El viento volvió a golpear
               la ventana de mi cuarto y, creo que por primera vez, de verdad sentí miedo. Una
               rara sensación me decía que esto no se detendría.


               Esa noche tuve otra pesadilla. Veía zapatos y zapatos. Creo que me dio un poco
               de fiebre pues tuve uno de esos sueños en los que sientes que estás entre
               despierta y dormida y en los que crees que al mismo tiempo estás en tu cama y
               fuera de tu cama. Veía zapatos danzando en una nube, zapatos cayendo por una
               cascada, y más zapatos corriendo por la playa sin dejar huellas, luego veía
               zapatos azotándose contra la ventana de mi cuarto y casi podría apostar que
               comenzaron a taconear en el techo de mi casa mientras caían cientos de pétalos
               de flores del desierto. Y de pronto en mi sueño veía que la maestra Brenda se me
               acercaba y me tocaba la frente. Yo le preguntaba que si había visto los zapatos y
               ella, al quitarme el cabello del rostro, me decía:


               —Qué cosa tan triste es el calzado abandonado en la calle o en un lote baldío,
               habla de alguien que ahí estuvo, que caminó, que bailó, que corrió y que nunca
               más lo hará... Eso dicen cada par de mocasines y de sandalias en ese cementerio.

               Los zapatos no mienten. Ellos hablan claro. Todos ellos dicen algo. Puedo ver
               todo y todo es verdad, puedo ver zapatos que no volverán andar por las plazas
               esquivando el vaivén de las palomas, zapatos que no volverán a ser guardados
               bajo la cama esperando el nuevo día, zapatos lastimados por un roce con una
               banqueta pero que siguieron caminando fuertes y firmes, zapatos que no se
               separaban entre sí más allá de un paso, zapatos que no bailarán en la fiesta de fin
               de año ni serán pisados por otros zapatos sin ritmo, zapatos que no serán
               descalzados tras un día de intenso trabajo, zapatos que conocieron otras ciudades
               y otros pueblos, zapatos que no volverán a hincharse ante el contacto de los pies
               apresurados, zapatos que fueron vistos con ilusión cuando miraban hacia la calle
               en un aparador en espera de ser comprados, zapatos que no conocieron otras
               ciudades y otros pueblos, zapatos que fueron regalo de cumpleaños o navidad y
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