Page 73 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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               LA POLICÍA LLEGÓ ESA MISMA TARDE. Mamá me regañó como nunca y
               me prohibió salir durante todas las semanas que me quedaran de vida. Lo mismo

               le pasó a Laura, y estaba por verse si a la misma Tania no le tocaba también su
               castigo. Mario estaba muy impresionado como para que sus tías lo reprendieran.
               Decidieron llevarlo a casa a descansar, pero no les fue fácil, ya que él no quería
               apartarse de la zanja hasta saber algo de su tía Estela. Sin estar convencido, se
               apartó de ahí con Vengador en sus brazos, que había sufrido una fuerte
               insolación tras corretear a los Escorpiones por muchos kilómetros.


               Pero no sólo a Mario lo retiraron de ahí, también a Laura y a mí nos prohibieron
               estar presentes cuando la policía y los investigadores llevaron perros especiales y
               comenzaron a buscar en el cementerio de zapatos. Yo sólo escuché cómo las
               mujeres decían que se esperaban lo peor. Me imaginé a qué se referían y estuve
               de acuerdo en que no quería estar ahí.


               Casi era de noche cuando supimos la opinión de la policía. Yo estaba en la casa
               con mamá, Érika, Laura y su mamá. Fue la maestra Brenda quien entró a darnos
               las noticias sobre lo que se había encontrado: nada. No habían hallado nada.
               Sólo zapatos y unos cuantos pétalos de flores del desierto. Todo era un enorme
               panteón de zapatos. La maestra Brenda se veía furiosa:


               —El estúpido del detective dice que no hay pruebas de que esos zapatos
               pertenezcan a las desaparecidas y que bien podría tratarse sólo de un basurero.
               Dice que tal vez el mismo desagüe los había llevado hasta ahí cuando todavía
               funcionaba.


               —¿Acaso están locos? —reclamó mamá muy enojada.


               —Es broma, ¿verdad? —fue la pregunta incrédula de mi prima.


               —Pero, ¿quiénes se creen que son? —usó su voz más indignada la señora Katya
               —. ¿No van a investigar lo de las flores?


               La cantidad de insultos que se pudieron escuchar en la casa durante los
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