Page 72 - Hasta el viento puede cambiar de piel
P. 72

cuando estaba ya a unos tres pasos de ella.


               Ante nuestros ojos estaba algo que no podíamos haber imaginado nunca:
               zapatos, decenas de zapatos de mujer, cubiertos por el polvo, estaban
               amontonados unos sobre otros. Había de todo tipo: de tacón, mocasines, tenis,

               pero eso sí, todos eran de mujer.

               Mario nos alcanzó sin decir palabra, y aún más impresionado que nosotras,
               invadió ese cementerio de prendas que ni Laura ni yo nos habíamos atrevido a

               penetrar. Lo vi buscando entre ellos. Primero yo no entendía nada, pero no faltó
               mucho para que comprendiera.

               Vi cómo Laura se dirigía hasta cierto mocasín encallado que se hundía por la

               mitad, como un barco en la arena. Lo desenterró con cuidado, como si le sacara
               una espina al desierto y después me dijo:

               —Pertenece a Pilar.


               Yo no lo podía creer. Estábamos ante los zapatos de todas las mujeres
               desaparecidas. Pero eran muchísimos. Yo ya no entendía nada.


               Me acerqué a buscar en ese cementerio para ver si veía algo que no fueran
               zapatos, y me asombré al ver pétalos, algunos pétalos de flores regados entre el
               calzado y la arena. Entonces me di cuenta de que Mario, arrodillado, acariciaba
               una sandalia. No se tenía que ser muy inteligente para saber a quién pertenecía.
   67   68   69   70   71   72   73   74   75   76   77