Page 67 - Hasta el viento puede cambiar de piel
P. 67

14






               UN LETRERO SEMICAÍDO que parecía decir “parada” se esforzaba por
               mantenerse en pie, como un viejito encorvado con bastón. A un lado, el desierto

               parecía un mar amarillo sin olas y el camino de tierra que conducía al pueblo, un
               río muerto. Llegamos hasta el letrero “abuelito” (por aquello del bastón), casi
               como si fuéramos sus nietos, y comenzamos a buscar una pista por ahí. Mario le
               dio a Vengador una serie de instrucciones que yo sabía que no entendería; el
               tonto perro no podría saber ni con un millón de explicaciones qué era “un objeto
               personal”, “un pedazo de ropa” y, mucho menos, “una pista”. Yo dudaba que
               pudiera diferenciar entre una piedra y un camión de bomberos.


               Comenzamos a avanzar sobre el camino, siempre mirando al suelo. Alcé la
               mirada y me impresioné ante la vista del viejo hospital. Era un edificio cuadrado
               y negro. Pensé que su color tal vez se debía al incendio que lo había destruido.
               Parecía un barco abandonado. Yo nunca había ido al mar, ni había visto un bote
               en persona, pero las ráfagas de viento me habían hecho imaginar que de pronto,
               las ventanas, que eran como ojos huecos, se hincharían y que todo el enorme
               barco-edificio comenzaría a levantarse de la tierra y avanzaría para internarse
               entre las dunas del desierto.


               En eso estaba cuando vi a Laura examinando algo en el suelo, justo a unos pasos
               del hospital-barco. Me acerqué a ella cuando se levantaba.


               —¡Eureka! —exclamó mientras observaba algo en su mano.


               Era un objeto muy extraño: una pulsera pequeña hecha como con perlas azules y
               entre estas perlas, otras bolitas, pero blancas, tenían grabado un nombre:
               Melquiades. Nos miramos unos a otros. ¿Sería un objeto perdido por alguna de
               las desaparecidas? Mario lo tomó para examinarlo, cuando de pronto Vengador y
               sus ladridos que, por supuesto, nos hicieron brincar de nuestro sitio como si
               hubiéramos pisado un comal caliente, nos avisaron de algo inesperado.


               Justo detrás de nosotros, detrás del edificio del hospital se acercaba la
               desagradable imagen de los Escorpiones sin Alas.
   62   63   64   65   66   67   68   69   70   71   72