Page 69 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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Extendió la mano, como hacen todos esos jefes de bandas, en espera de que con

               ese movimiento uno de sus esclavos le diera un objeto que ya tenían muy
               preparado. Y como si hiciera un truco de magia, el Alacrán sacó, de no sé dónde,
               unas tijeras que le dio a Jujú.


               ¿Serían capaces de lastimarnos? Un pensamiento macabro me pasó por la
               cabeza: ¿Tendrían los Escorpiones algo que ver con las mujeres desaparecidas?
               Pero si eran sólo unos niños malcriados. El Bicho se nos acercó tanto que si
               hubiera extendido el brazo, le hubiera podido tocar su asqueroso hombro lleno
               de tierra:


               —¡Tranquilas! Lo que quiero es salvarlas de esas desapariciones. Todo lo que
               quiero es cambiarlas de lloronas a llorones —entonces me di cuenta de lo que
               querían hacernos. ¡Hígados de pollo!—. Les vamos a cortar el cabello para que
               se parezcan a su amigo el llorón.


               Vi cómo Laura hacía un gesto de espanto. Para ella sería terrible perder su cola
               de caballo, y ni siquiera quise imaginar lo que pensaría Tania de perder su gran
               cabellera castaña. Mi cabello también me gustaba largo (yo creo que se debía a
               que en una ocasión mamá hizo que me lo dejaran muy corto y la maestra me
               había confundido con un niño nuevo). Era tan horrible la idea de perder el
               cabello que en cuanto se acercaron el Alacrán y el Garrapata con toda la
               intención de detenernos para que su jefe jugara con nosotras a la peluquería,
               Laura dejó de ser un antílope acorralado, empujó al Alacrán e hizo que cayera al
               suelo con todo y su jefe. Yo no lo pensé dos veces y la imité: empujé al
               Garrapata quien a pesar de ser demasiado gordo, para mi suerte se vio
               sorprendido, tropezó y en un segundo estaba rodeado por una nube de polvo. Mi
               amiga salió corriendo y yo fui tras ella.


               Unos pasos después me volví y pude escuchar cómo Mario le ordenaba a su
               perro:


               —Atácalos, Vengador.


               Por fortuna, el animal, por primera vez en su vida, obedeció a mi amigo y
               comenzó a ladrarles a los niños que luchaban por ponerse de pie. Vi cómo el
               Bicho intentaba pararse, pero el perro lo tomaba del pantalón y le impedía
               levantarse. El jefe de los Escorpiones gritaba furioso:


               —¡Quítenmelo, quítenmelo!
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