Page 71 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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—¿Los ves?
—¿Adónde se fueron?
—Deben de haber corrido por la derecha.
—No, tal vez por la izquierda.
—¡Cállense, tontos! ¡Y tú cállate, perro! —escuché que gritaba el Bicho—. Yo
iré por la izquierda y ustedes por la derecha.
Los gritos y los ladridos comenzaron a desaparecer y luego el sonido del viento
del este, que me hizo palidecer un poco, fue todo lo que se escuchó.
Para nuestra suerte, los Escorpiones, al no ver nuestro escondite desde el borde,
no se habían decidido a bajar por la zanja; si lo hubieran hecho nos habrían
descubierto.
Nos quedamos quietos un minuto. Laura se volvió hacia el viejo desagüe, que
parecía una cueva sin fondo. Por un instante pensé que podíamos adentrarnos un
poco, pero me sentía en la boca de una gran serpiente y casi estaba segura de que
si nos metíamos hasta su garganta, seguramente nos tragaría. Fue extraño ese
rato en que ninguno de los tres se atrevió a decir nada. Después Laura dijo:
—Ya pasó mucho tiempo. Seguro que los perdimos. Podemos regresar.
Mario fue el primero en salir del gran tubo y, luego de revisar ambas direcciones,
nos indicó que podíamos salir. Él y yo comenzamos a trepar por la pendiente de
tierra, cuando me di cuenta de que Laura se había quedado en el fondo. Vi que
caminaba por la zanja, como guiada por una fuerza superior, hacia un punto que
no dejaba de mirar.
Mi amigo estaba ya en el borde de la zanja, así que lo llamé cuidando de no alzar
mucho la voz:
—Mario, algo le pasa a Laura.
—No podemos quedarnos aquí, pueden regresar. ¡Apúrense!
Decidí descender para apresurar a mi amiga. Me acerqué y quedé paralizada