Page 66 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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pensaba cuando estuvimos a unos metros de la casa de Mario. Él nos pidió que

               camináramos más rápido y agachados, como los soldados que van a cruzar líneas
               enemigas. Apenas habíamos dejado atrás su casa cuando nos dimos cuenta de
               que teníamos suerte de no estar en una guerra y sobre todo de no haber cruzado
               verdaderas líneas enemigas, pues hubo quien nos descubrió sin problemas.


               El ladrido de Vengador, el perro de Mario, nos hizo brincar del susto. Mi amigo
               intentó que se callara, porque era un animal que ladraba como si alguien le
               hubiera pisado un pie, digo, una pata. Los tres tuvimos que acariciarlo y hablarle
               bonito para que se dejara de escándalos; cualquiera sabe que es el único modo de
               calmar a un perro que no deja de mover la cola.


               Por suerte, nadie más nos vio sacar al perro, así que pudimos seguir nuestro
               trayecto hasta la parada. En eso recordé mi sueño y sentí que mi corazón latía de
               prisa, golpeaba mi pecho como si fuera una pelota atrapada en una caja, que
               rebotaba contra las paredes en busca de su libertad.
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