Page 63 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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Justo dábamos la vuelta a una esquina para tomar la calle donde estaba la casa de
Mario, cuando la vimos. Una ráfaga de polvo que me hizo palidecer un poco la
cubrió por un momento ocultándola de nuestra vista, ¿sería un fantasma?, ¿una
alucinación? Pero entonces el camino se despejó y la vimos claramente.
Detuvimos nuestra carrera. Ninguno de los tres podía apartar la mirada de ella y
pensé que estábamos viendo un espejismo, como los oasis que ven los árabes
que vagan por el desierto anhelando un poco de agua. Pero entonces su grito nos
hizo darnos cuenta de que era real:
—Niños, ¿qué hacen?
Era la maestra Brenda. No había desaparecido como todos creían. Corrimos
hasta ella y la abrazamos con gusto, y ella nos abrazó como ningún fantasma o
espejismo podría hacerlo.
—La creíamos desaparecida —le dijo Mario.
—¿Cómo creen niños? Sólo me tarde un poco en regresar.
Nos contó entonces que hasta ese día había podido regresar del pueblo de su tía.
Y desgraciadamente no con muy buenas noticias, pues no había encontrado a
doña Frida. Preguntó a todo mundo (bueno, todo el mundo que es un pueblo) y
todos le dijeron que no la habían visto en meses. Y si la maestra había creído lo
que la gente le había dicho es porque era verdad, ya que ella sabía muy bien
cuando le mentían. Nosotros le contamos que las mamás del consejo de padres
habían tomado la decisión de que se suspendieran las clases.
—Sí. Me enteré. Hablé hace rato con la directora y estaba muy molesta. No
parece entender por qué se le da tanta importancia al asunto de las
desapariciones. Está convencida de que todas aparecerán pronto.
Nosotros aprovechamos para contarle lo que habíamos investigado. Ella
comentó:
—Voy a ir con la policía para que empiecen a investigar desde ahí.
—Pero nuestras mamás ya fueron todas para allá —explicó Laura.
—Con razón no hay gente en las calles. Tal vez deba ir yo adonde dicen.