Page 58 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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aire, como si el viento caminando por las calles la hubiera pateado, del mismo
modo que se patea una lata que te estorba en el camino. Érika y yo nos
abrazamos asustadas. Pero para nuestro asombro, en un instante el aire dejó de
atacar. Y sin poder evitarlo, comencé a llorar.
—Cálmate, ya pasó. Mira, tu piel regresa a su color.
Érika creyó que el viento me había hecho llorar, pero la verdad es que lloré al
darme cuenta de que otra mujer no llegaría a su casa esa noche.