Page 53 - Hasta el viento puede cambiar de piel
P. 53
—Pero las pistas pueden estar en blanco y negro, ¿no?
Yo no me quise meter en un pleito tan “inteligente” y me dirigí al punto donde el
camión dejaba a los pasajeros.
Comenzamos caminando a casa de Pilar: era el recorrido más largo. Nos
debíamos ver un poco extraños buscando en el suelo cualquier cosa que pudiera
servir como pista. Mario era el único que parecía no entender lo que podía ser
una pista. Cada vez que Vengador olfateaba algo tan tonto como una corcholata
o una botella de agua vacía, Mario se acercaba y lo metía en una bolsa de
plástico.
—¿Por qué llevas esas porquerías, Mario? —lo cuestionó Tania.
—Es evidencia, ¿qué nunca han visto una película de policías?
—Ninguna donde recolecten corcholatas —le contesté.
—Búrlense, pero cuando encuentre algo valioso me van a pedir perdón de
rodillas.
Claro que “el recolector de evidencias” no se atrevió a meter en su tonta bolsa un
buen trozo de excremento de perro que Vengador insistió en olfatear un buen
rato.
Y a pesar de Mario y su bolsa y de que nos fijábamos muy bien en ambos lados
de la calle, en todo el camino no encontramos nada que pareciera ser una pista.
La verdad resultó ser algo muy cansado; ya estaba por oscurecer, apenas íbamos
a terminar el recorrido, y aún no recorríamos los caminos que pudieran haber
seguido las otras mujeres. Estábamos hartos de mirar al suelo. Mario ya había
desistido de meter más objetos en su bolsa, cuando Tania dijo algo que hizo que
no sólo yo, sino también Mario, nos diéramos cuenta de nuestro error.
—¡Esto es cansadísimo, chicos! ¿Cómo es posible que una señora como Pilar o
como Lulú caminara tanto?
Nos detuvimos y entonces Mario empezó a dibujar en el suelo.
—¿Qué haces? No es hora de dibujar marcianos —dijo Tania molesta.