Page 48 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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               EN CUANTO LLEGAMOS A CASA DE MARIO, nos enfrentamos a otro
               problema. ¿Lo dejarían salir sus tías y hermanas? Tania y yo esperamos un

               momento mientras Mario recolectaba la opinión de todas. Al poco tiempo salió:

               —Bien. Tres contra una.


               Apenas nos estábamos felicitando uno al otro por el pequeño triunfo de que
               dejaran a nuestro amigo salir, cuando apareció en la puerta la señora Estela:


               —Pero se están olvidando de algo: no pueden ir a ningún lado si no comen
               primero —dijo, antes de dar un gran estornudo.


               Con toda la apuración, a mí se me había olvidado la comida. Otra vez le hablé
               por teléfono a mi prima para que no me esperara a comer. Tania estuvo de lo más
               contenta por la idea, por eso me dio mucha pena su cara de asco y decepción,
               que intentó ocultar lo mejor que pudo con una mínima sonrisa, cuando nos
               trajeron nuestro plato: mole de olla. Uno de los platos favoritos de Laura y de los
               que más detestaba Tania. No había duda: mis amigas no estaban bien

               sincronizadas con aquello de la comida.

               Sólo dos tías de Mario estaban en casa comiendo con nosotros: Estela y Miranda

               (que fue la que votó por no dar permiso a Mario, pues había prometido ayudar
               con la limonada y ni siquiera había cortado los limones), además de una de sus
               hermanas y su abuelita que, aunque era buena persona, apenas si hablaba. Todas
               sus otras tías y hermanas estaban en el trabajo, la escuela, o habían decidido
               acompañar al grupo de mujeres que ahora estaba determinado a hacer que la
               policía mandara investigadores al pueblo.


               La tía Estela comentó:


               —Ya para mañana voy a poder ir a trabajar. Además creo que ya estaré bien y
               podré seguir el olor del cabello de las chicas desaparecidas.


               —Qué bueno. Ya es hora de que alguien haga algo —añadió la tía Miranda.
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