Page 44 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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mismo cuchillo o las tijeras con las que se había cortado. Sin embargo nunca

               falta un escorpión sin alas para confirmar que el mundo es un lugar raro donde la
               gente bien puede saltar de puentes amarrados a ligas enormes y luego irse a
               comer gusanos asados. Para nuestra sorpresa, la doctora no se molestó, ni
               levantó una navaja o espada contra el niño preguntón, sino que abrió el libro de
               matemáticas (que puede ser algo más temible que una pistola) y dijo:


               —Página 78. Resuelvan las primeras quince operaciones. Y en silencio.


               No puedo recordar otro día de clases más silencioso y tenso. Sin embargo, yo
               estaba contenta. Por un momento había temido que el viento del norte anunciara
               la desaparición de otra mujer, pero por fortuna, parecía que mi cambio de piel y
               las desapariciones no tenían nada que ver. Era eso que muchos llaman
               coincidencia.


               Al finalizar las clases, Tania y yo decidimos ir a visitar a Pilar. Yo quería saber si
               había arreglado sus anteojos.


               —Me encantaría un taco triple de frijoles con su salsita. Ayer no pude gozarlo
               como ustedes —detalló mi amiga, para después lanzar una pregunta que me hizo
               sentir un escalofrío en los brazos como el que siento cuando va a soplar un ligero
               viento del sur y mi piel se pone color niña oriental—. ¿Dijo Pilar a dónde iba a
               reparar sus anteojos? ¿A la ciudad?


               Una terrible sensación en las piernas me hizo creer que iba a caer desmayada, al
               ver una gran cantidad de gente reunida en la esquina de la tortillería.


               La voz de una mujer, lejana, pero clara, como un trueno de tormenta anunció:


               —Es la quinta desaparecida. Y su padre no sabe nada.

               No había duda. Todas las desaparecidas habían ido a la ciudad. Por eso aseguré:


               —Es demasiado para ser coincidencia. Tal vez todas desaparecieron en el mismo
               punto. Y tal vez a la misma hora.


               —¿Cómo que a la misma hora?


               Le platiqué entonces a Tania lo que me había pasado las dos noches anteriores y
               cómo me temía haber tenido un cambio de piel el día que desapareció la señora
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