Page 42 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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CORRÍ TAN APRESURADA A LA ESCUELA que cualquiera que me hubiera
visto habría pensado que iban a repartir juguetes o que no deseaba perderme el
festival del Día del Niño (cosa imposible porque no estábamos cerca de ese día).
Pero no iba en busca de algo bueno; esperaba una mala noticia y rogaba en mi
interior que no fuera así. Creo que nunca antes había temido tanto recibir una
noticia mala como ese día. Ni siquiera la vez que estaba segura de haber
reprobado aquel examen de geografía y que sabía por más que hubiera rogado
toda la noche, nada podía haber hecho que la capital de Australia fuera Viena y
que el río Po estuviera en China, como lo había escrito en mi hoja.
No era como aquella vez que rogaba por estar en lo correcto, en esta ocasión
rogaba por estar equivocada. Para descanso de mis nervios y mi respiración
agitada, al entrar al salón, todo parecía normal.
Al saludar a Tania ella no me recibió con ninguna terrible noticia, sólo me
comentó:
—¿Supiste todo lo que les dijeron en la policía, amiga?
—Algo me dijo mamá.
—De lo que no te enteraste seguramente es que mi madre no ayudó mucho. No
escuchó el consejo de Laura y cuando el oficial, un tipo de rostro de sapo (eso
dijo mamá) les dijo que la denuncia no procedía, ella comenzó a usar su voz más
chillona e histérica. Estuvieron a punto de encarcelarla cuando dijo: “Esto no se
puede quedar así” — intentó imitar el tono agudo que usaba su mamá, aunque no
le salió muy bien y ella misma se dio cuenta—. Bueno, algo así, y ocasionó que
varios vidrios de las oficinas de la delegación se rompieran.
—Pero entonces no hay otra noticia.
—¿Qué quieres decir?
—¿Nadie más ha desaparecido?