Page 37 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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Laura, tan miedosa como yo para los golpes, sé que extrañó en ese momento a
Tania y su golpe de derecha.
El Bicho se acercó a un metro de nosotros, y casi sentí su aura maligna
tomándome por el cuello.
—Pero miren a las mujercitas lloronas comprando tortillas como todas unas
mujeres inútiles. Con sombrillitas y toda la cosa.
—Mujercitas lloronas —repitió el Garrapata.
Como cualquiera lo hubiera podido imaginar, nos quedamos sin saber qué decir,
pero nuestra ausencia de palabras no iba a impedir que el Bicho siguiera
molestándonos:
—Ahora que recuerdo, me deben algo, ¿no?
—Un rodillazo en la panza —aclaró con toda inteligencia el Garrapata.
—Exacto, y ni se imaginan lo que les haremos en venganza, par de lloronas.
En ese momento, Pilar apareció justo a tiempo, ya que yo estaba temiendo que el
Bicho tuviera la idea de echarnos en la máquina de las tortillas para sacar la
versión aplanada y redonda de nosotras.
—Pero, ¿qué pasa aquí?
Y como siempre sucede en momentos así, los bravucones y machos perdieron la
voz y hasta el color de la piel. Pilar todavía les dijo:
—Vaya, pero si son Justino y Gerardo. ¿Qué hacen?
—Que... que... queremos... —balbuceó el Garrapata.
El Bicho, con gran esfuerzo de su cerebro, mencionó lo único que se compra en
una tortillería.
—Queremos tortillas.
Pero gracias a que Pilar veía el lado malo del Bicho y el Garrapata que, por
cierto, debía de ser tan llamativo como una señal de tránsito fosforescente, los