Page 32 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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—Creo que para esto debemos ser más científicos —comentó Laura, al tiempo
que se ponía de pie y abría la puerta de su casa.
Ahí frente a nosotros estaba la señora Katya, o sea la mamá de Laura-Tania.
—¡Qué bueno que ya llegaste!
—¿Sabías que vendríamos? —preguntó extrañada Laura.
—Hablaron de la escuela. Por eso yo también me voy. Voy a acompañar a
Brenda a pedir información sobre las desaparecidas. Quiere que la ayude a
convencer a la policía de que venga a investigar.
La señora Katya tenía la voz más cambiante que alguien pudiera escuchar. Ése
era su sello: podía hacer que su voz se escuchara tan fuerte e intimidante como la
de un árbol cayendo, o tan melodiosa y agradable como la de una cantante de
ópera (claro que habría que preguntar si a todo el mundo le parece agradable la
voz de una cantante de ópera). A veces incluso podía convencer al hombre del
gas para que le fiara un tanque con sólo usar su voz (el vendedor de los tanques
de gas era un tipo que no le fiaría ni un dulce a sus hijos).
De pronto la señora cambió su tono por uno más agresivo:
—Es increíble que hasta ahora no hayan mandado una patrulla a investigar.
—Cálmate, mamá. Seguramente la maestra Brenda quiere que uses tu voz dulce
y no la agresiva con la policía.
—Tienes razón, hija. Debo tranquilizarme.
—¿Puedo invitar a Ivón y a Mario a comer?
—Claro. Pero tienes que ir por tortillas, Tania.
—¡Mamá! Soy Laura —le dijo, mostrándole el cabello amarrado en una cola de
caballo.
—Qué distraída... lo que pasa es que como te vi sin suéter y... ¿no te vi ayer,
hija? Bueno. Eso está muy bien porque hice albóndigas y sé que a Tania no le
gustan.