Page 34 - Hasta el viento puede cambiar de piel

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LAMENTABLEMENTE A MI AMIGO no le dieron permiso ni sus hermanas ni
sus tías. Laura y yo ya nos lo temíamos: él siempre tenía que pedir permiso a

todas sus hermanas (las que no estaban en la escuela), tías (las que no estaban
trabajando) y a su abuela para poder salir.

Con dos votos a favor permiso y cinco en contra, Mario tuvo que irse a comer a

su casa.

Así que después de avisarle a mi prima (por suerte yo no tenía que pedirle
permiso), Laura y yo fuimos a comprar las tortillas para comer las albóndigas

que con seguridad Tania habría disfrutado mucho.

Era muy agradable ir a la tortillería, ya que la señora Pilar, la dueña del negocio,
era como una tía postiza. Siempre nos regalaba un taco de salsa y a veces de

chicharrón o frijoles, muy a menudo tenía un guisado para poder regalar un taco
de cortesía a la gente que compraba, ésa era su atención con el cliente, pero eso
sí, el comprador debía llevarse al menos un kilo de tortillas.

El sol seguía igual de agresivo, así que decidimos llevar dos sombrillas para
caminar hasta el negocio. En cuanto nos vio llegar con nuestras protecciones
para el sol, Pilar nos dijo:

—Vaya, niñas. Ustedes sí que saben lidiar con este calor.

Ella se refrescaba con un abanico. Y mientras cerrábamos nuestras sombrillas,

nos preguntó:

—¿Qué van a querer mis clientas favoritas?

—Un taco de sal... digo, un... queremos tortillas —dije avergonzada.

Pilar no se enojó ni nada, sino que sonrió mientras decía:

—Claro que te daré un taco, no te apures, pero primero les daré ese kilo que
debe haberles pedido su madre.