Page 36 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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—No veo por qué no —dijo Pilar, mientras colocaba en la báscula las tortillas

               calientes y ligeramente esponjadas que iban saliendo de la máquina—. Frida sólo
               iba a la ciudad cuando tenía que llevar a la fábrica las piezas de metal cortadas.
               Tal vez se quedó ahí un día más. De las chicas no sé, pero quizás están en casa
               de una amiga que su mamá no conoce.


               Entonces nuestro lado bueno debió externar una sonrisa o, más bien, creo que
               nosotras mismas nos pusimos contentas, pues Pilar se volvió y dijo:


               —Así me gusta. Y ahora no sólo les voy a ofrecer un taco de rajas, sino un buen
               vaso de limonada.

               Vaya, un vaso de agua fresca era lo mejor que podías tener en tu mano para

               enfrentar un cielo sin nubes y un sol de mediodía que no regalaba ninguna
               sombra.

               Pilar dijo que nos daría nuestro pedido y un taco con rajas, en cuanto echara un

               poco de masa a la máquina. Todo parecía ser mejor: es increíble lo que un poco
               de bebida y comida pueden hacerle a uno.

               Pero como bien dicen por ahí: “Al mejor pastel le puede caer una mosca”, o yo

               más bien diría: “Al mejor pastel le pueden caer un bicho y una garrapata”.

               Al otro lado de la calle aparecieron nuestros peores enemigos: el Bicho y su
               amigo Garrapata. Venían secreteándose y riendo. Sólo atiné a apretar el brazo de

               Laura con tal fuerza que creo que no sólo le corté la circulación sino que hasta
               estuve a punto de romperle un hueso.


               —Miren a quién tenemos aquí. Las lloronas que buscábamos.

               —Sí, un par de lloronas —añadió el Garrapata (creí que era un invento de las
               películas y las caricaturas de la televisión, pero era cierto: los seguidores de los

               tontos patanes no tienen cerebro más que para repetir lo que sus amos y señores
               dicen).

               Lo único que nos mantuvo ahí, en vez de correr (y, con ello, perder un kilo de

               tortillas, un vaso de limonada y un taco de rajas), era que Pilar estaba cerca y ella
               no dejaría que ese par de “escorpiones sin alas” nos hicieran algo. Claro, el
               problema era que ella estaba realmente ocupada en colocar una gran bola de
               masa en el contenedor de la máquina.
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