Page 29 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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Salimos al camino. Todavía nos esperaban varias cuadras de aire caliente, así

               que decidimos no hablar, las palabras podrían evaporarse antes de llegar a los
               oídos de los demás.

               Yo me puse a pensar en lo que había dicho Mario, no en lo de los secuestros

               extraterrestres, sino en su pregunta. ¿Sería posible odiar a Ena, a Nati, a la
               señora Lulú y a doña Frida, tan sólo por ser mujeres? La verdad es que me
               pareció ridículo, las muchachas y señoras eran quienes llevaban el pueblo
               adelante; sin ellas, los hombres que no trabajaban no podrían seguir con su
               huelga, es más ni siquiera podrían comer o beber.


               Otro cobertizo se nos presentó como un oasis irresistible, así que nos detuvimos
               de nuevo. El calor era especialmente intenso, y aún no era mediodía.


               Estábamos recargados contra la pared, cuando Mario me vio con curiosidad, al
               tiempo que sentí un pequeño escalofrío.


               —¡Estás blanca, Ivón! —dijo sorprendido.

               Miré mis manos y lo comprobé. Mi piel se estaba volviendo blanca. A Laura se
               le iluminó el rostro con una luz que no provenía del sol que nos aguardaba y

               dijo:

               —Eso quiere decir que se aproxima un viento del oriente.


               Nos apresuramos a salir de nuestro escondite para aprovechar la ráfaga que nos
               refrescaría y que mi cambio de piel había anunciado.


               Y justo cuando retomamos el camino, el viento del este nos alcanzó, llevándose
               por unos momentos el aire estacionado e hirviente del camino.


               Entonces Mario me dijo:


               —Cómo las envidio a ustedes.


               Me puse a pensar que seguramente se refería a eso que tenía yo y que me hacía
               predecir los vientos y que a mí no me parecía ni tan extraño, ni tan maravilloso,
               por dos razones: porque había vivido con eso toda mi vida, y porque después de
               todo cada mujer de la región lo tenía. En aquel momento se me ocurrió: “¿No
               sería que el que hizo desaparecer a las mujeres les tenía envidia, como Mario a
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