Page 52 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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               ACABAMOS DE COMER, salimos a la calle y le propuse a Mario y a Tania lo
               que debíamos hacer.


               —Hay que investigar el camino que pudieron tomar al pueblo las desaparecidas.


               Ellos me miraron y por sus leves sonrisas entendí que estaban de acuerdo.


               Después de pensarlo un poco nos dimos cuenta de algo:


               —Sólo hay dos camiones que van de la ciudad al pueblo —dijo Mario—. Tal vez
               todas desaparecieron en el camino a su casa.


               —¿Ustedes creen que todas hayan tomado el mismo autobús? —preguntó
               interesada Tania.


               Los tres estuvimos de acuerdo que la ruta 14, la del camión que iba al centro del
               pueblo, debía ser la que las mujeres habían elegido, ya que el autobús de la otra
               ruta, la 23, se detenía en donde estaba el viejo hospital y uno tenía que caminar
               un tramo de terracería, pegado al desierto, de unos trescientos metros (eso le
               calculó de distancia Mario, pues dijo que ahí cabrían tres canchas de futbol
               profesional y, nosotras que ni siquiera tenemos idea de lo que era un penalty, le
               creímos). Se trataba de un lugar muy tenebroso para caminar por la noche.


               Así que decidimos ir a la parada en el centro del pueblo. De ahí caminaríamos a
               la casa de cada una de las desaparecidas. Con suerte, encontraríamos algo.


               Mario decidió llevar a Vengador para que nos ayudara.


               —Pero si la señora Lulú decía que tu perro tiene un pésimo olfato —reclamó
               Tania.


               —¿Y eso qué? Tiene muy buena vista —lo defendió Mario.


               —Los perros no tienen buena vista. Todo lo ven en blanco y negro, ¿no lo sabes,
               bobo?
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