Page 57 - Hasta el viento puede cambiar de piel
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Antes de acostarse, buscó en sus cosas y trajo un libro de medicina. Mi prima no
sólo trabajaba como enfermera, sino que estudiaba para ser médica. Ella lo
colocó entre sus manos y comenzó a leerlo, acariciando la portada. Entonces lo
trajo hasta la cama y mientras se metía en las cobijas, comentó:
—No es necesario que dejes prendida la lámpara. Ya sabes que puedo leer a
oscuras.
—Pero yo también quiero leer un poco —dije mientras tomaba el libro de
Sherlock Holmes que me había prestado Laura la tarde anterior. Estaba decidida
a aprender un poco sobre la manera en que debía pensar un detective.
Leíamos muy concentradas la dos. Érika en realidad no veía para nada el libro,
sino que posaba su mirada en distintos puntos del cuarto, mientras sonreía un
poco y murmuraba palabras extrañas a ratos; parecía que estaba leyendo los
nombres de los huesos del cuerpo humano, escritos en las paredes y los rincones
del cuarto. Luego posó su mirada en mí, tal vez para ver los huesos o músculos
de mi cara; entonces sentí que su expresión cambiaba y soltaba el libro que
sostenía bajo las sábanas:
—¿Estás segura de que es un libro de detectives?
—¿Por qué? —pregunté confundida.
—Estás ruborizada. Te estás poniendo muy roja.
Dejé el libro asustada y me toqué las mejillas. Sentí cómo poco a poco el calor
subía en mi interior y mi prima asustada, mientras levantaba las cobijas y me
observaba, agregó:
—También tus brazos. Ivón, es un viento, ¿verdad?
—Uno del norte.
—Debe de ser uno muy fuerte.
El color de mi piel era rojo como el de un rosal, como el de la luz roja del
semáforo.
Entonces sentí que la casa se cimbraba ante el golpe de una fuerte corriente de